miércoles, 25 de febrero de 2015

Credo de Palmar

Es falso que la Iglesia Católica Palmariana tenga una fe que no sea católica. Ella misma es católica por naturaleza. A continuación se presenta el Credo del Palmar, resumen de la fe.


El Credo de Palmar
 Compuesto por los Venerables Padres del Santo y Magno Concilio Palmariano, reunidos en el Espíritu Santo, dirigido y aprobado por el Papa Gregorio XVII.
Dado en Sevilla, Sede Apostólica, día 30, Domingo de Ramos, Marzo MCMLXXX, Año de Nuestro Señor Jesucristo y Segundo del Pontificado del Papa felizmente reinante.









Creo en un solo Dios verdadero,
Espíritu Purísimo,
Omnipotente, Vivo, Creador y Eterno,
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo:
Una sola Divinidad en esencia
y tres Personas realmente distintas,
pero entre sí coiguales y coeternas.
Creo que Dios, Uno y Trino,
es el eterno Amor,
e infinitamente bueno, santo, sabio y bello,
justo y misericordioso,
providente, remunerador, libre y veraz,
inmutable, inmenso y omnipresente;
de un solo entendimiento y de una sola voluntad
en perfectísima armonía;
principio y fin de todas las cosas,
sin pasado y sin futuro,
en un presente eterno.
Confieso un solo Dios en la Trinidad
y una Trinidad en la unidad,
misterio de los misterios,
prefigurado en la antigua Ley
y plenamente revelado por Jesucristo.
Adoro a las Tres Divinas Personas,
venero la inefable comunidad,
felicidad inagotable,
y con los Ángeles alabo:
la propiedad en las Personas,
la unidad en la esencia
y la igualdad en la majestad de su gloria.
Creo que, para manifestar su gloria
y comunicarnos su amor y felicidad,
impulsado de un vehementísimo deseo,
decretó la Obra de la Creación.
Creo en un solo Señor, Dios, Padre Omnipotente e ingénito,
Primera Persona de la Santísima Trinidad,
Creador del Cielo y de la tierra,
de todo lo visible e invisible,
y que hizo todo de la nada.
Creo que la Obra de la Creación descrita en el Génesis,
fue hecha en un solo instante dividido en instantes,
dentro de las veinticuatro horas naturales,
en el primero y Único Día de la Creación,
llamado Domínica o Día del Señor.
Creo que, antes que todas las cosas,
creó Dios, primero, la Divinísima Alma de Cristo
unida al Verbo Divino.
Inmediatamente después, la Divina Alma de María
asociada al Consejo Divino.
A continuación, creó los Ángeles,
de los que una tercera parte pecaron
y fueron arrojados al Infierno.
Después creó todas las cosas visibles;
y, como culminación de las mismas,
formó al primer hombre, Adán, del barro de la tierra,
le inspiró un alma inmortal
creada a imagen y semejanza de Dios.
Y, de su costilla, formó a Eva, su mujer,
inspirándole, igualmente, un alma inmortal.
El hombre, así creado,
es capaz de conocer, amar a Dios
y rendirle homenaje en nombre de toda la creación visible.
En su infinita bondad,
Dios creó a nuestros primeros padres
en estado de justicia original,
comunicándoles la habitabilidad del Espíritu Santo,
y concediéndoles como dones preternaturales:
la inmortalidad corporal,
la inmunidad de la concupiscencia
y la ciencia infusa.
Pero, engañado por la antigua serpiente,
perdió Adán, por su desobediencia a Dios,
la justicia original;
y, por decreto divino,
la perdió, también, para toda su descendencia,
a excepción de María,
dejándoles, como herencia de muerte, el pecado original.
Creo que, en el momento de la concepción de cada ser humano,
sigue Dios creando el alma,
si bien privada de la Gracia Santificante.
Creo que Dios, en la plenitud de los tiempos,
en su infinita bondad y misericordia,
envió a su Hijo Unigénito
para cumplir la Obra de Reparación y Redención.
Creo en un solo Señor Jesucristo,
Segunda Persona de la Santísima Trinidad,
Hijo Unigénito del Padre,
verdadero Dios y verdadero Hombre;
una sola Persona Divina,
con dos naturalezas: divina y humana,
dos entendimientos,
dos voluntades
y una sola memoria humana.
Creo que Jesucristo, en cuanto Dios,
es consubstancial al Padre y al Espíritu Santo,
el Verbo de Dios, la Sabiduría increada,
no hecho, sino engendrado,
eternamente nacido del Padre.
Dios de Dios, Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero,
por quien todo fue creado.
Creo que su Alma Divinísima
es verdaderamente humana,
con perfectísima plenitud de gracia,
de ciencia infusa en sumo grado
y perfectísima visión de Dios.
Creo que el Verbo Divino,
sin separarse de la gloria del Padre,
descendió de los Cielos,
y por la salvación de la humanidad
se encarnó milagrosamente
en las purísimas entrañas de la Virgen María,
no por obra de varón,
sino por obra y gracia del Espíritu Santo,
y se hizo Hombre.
Creo que nació en Belén
en el año cinco mil ciento noventa y nueve
de la creación del mundo,
y que en todo se hizo semejante a nosotros,
menos en el pecado.
Creo que nuestro Divino Salvador,
durante su vida oculta en Nazaret,
vivió sujeto y obediente en el seno de la Sagrada Familia,
llamada, también, la Trinidad Augusta de la tierra.
Y que durante los tres años de vida pública,
en su altísima misión de enviado del Padre,
proclamó el Reino de Dios,
y dejó bien probada su Divinidad y Doctrina
con su ejemplo y milagros.
Creo que, bajo el poder de Poncio Pilato,
padeció una ignominiosa y cruentísima Pasión,
fue crucificado;
y, entregando su Espíritu al Padre,
se inmoló y murió,
y así se coronó el continuo ofertorio de toda su vida.
Creo que, con este admirable y sublime sacrificio,
consumó infinitamente la necesaria reparación al Padre.
Confieso que, como consecuencia gratuita
de este acto reparador,
vino sobreabundantemente la redención de los hombres;
y todo fue la expresión del más rotundo triunfo
de la infinita bondad de un Dios sobre el pecado;
y lo que nos perdió la orgullosa desobediencia del hombre,
nos lo devolvió con creces la deífica obediencia.
-Oh feliz culpa, donde el amor venció al odio!
Por el Fruto del Vientre Virginal
fue para siempre aplastada la cabeza de la infernal serpiente.
-Donde todo fue derrota, ahora es victoria!
Y a lo que dio muerte el fruto del árbol del paraíso,
lo vivificó el Fruto del Árbol del Calvario.
-Donde reinó las tinieblas, ahora reina la Luz!
Creo que de su Divino Costado Reparador y Redentor,
brotó, lavada y renovada, la Nueva Iglesia,
con la Sabiduría de los Sacramentos.
Creo que, con su Alma unida a la Divinidad,
descendió a los infiernos,
encadenó a Satanás,
liberó las almas de los justos del Seno de Abrahán,
llenó de esperanza a las almas del Purgatorio;
y todos doblaron su rodilla
al santo y terrible Nombre de Jesús.
Y que descendido del leño de la Cruz
y envuelto en el Santo Sudario,
fue trasladado al Santo Sepulcro,
en donde su Cuerpo, unido a la Divinidad,
recibió la adoración de los Coros Angélicos.
Creo que Jesucristo, Todopoderoso,
juntos su Cuerpo y Alma gloriosos, para nunca más morir,
resucitó al tercer día de entre los muertos por su propia virtud,
cumpliéndose las Escrituras,
dejándonos, así, la máxima prueba de su Divinidad,
el fundamento de nuestra Fe,
y el modelo de nuestra vida espiritual,
causa y esperanza de nuestra futura resurrección.
Creo que, primero, se apareció a su Santísima Madre;
después, a Santa María Magdalena y a las otras mujeres;
a San Pedro y demás Apóstoles:
para fortalecerles e instruirles en la Fe,
confirmarles en los poderes,
enviarles a predicar el Evangelio
y bautizar a toda criatura
- indispensable para la salvación -,
encomendándoles permanecieran unidos en Jerusalén
hasta la Venida del Espíritu Santo,
y prometiéndoles estar con ellos
hasta la consumación de los siglos.
Creo que, a los cuarenta días,
mientras bendecía a sus discípulos,
ascendió por su propia virtud a los Cielos,
con majestad y gloria,
entre las aclamaciones y júbilo de los Ángeles
y de todos los Bienaventurados
que le acompañaban en tan feliz triunfo.
Y a la vista de todos,
con la Luz emanada de su Divino Rostro,
como Supremo Rey,
derribó las puertas de los Cielos,
en donde está sentado a la diestra del Padre,
en igual gloria que El en cuanto Dios
y, en cuanto Hombre, en mayor que otro alguno.
Creo que desde allí ha de venir,
con la misma majestad y gloria,
para juzgar a vivos y a muertos,
como Supremo y Justo Juez
inapelable y remunerador.
Y su Reino no tendrá fin.
Creo que Jesús, en cuanto Dios,
es Rey de Infinita Majestad;
y, en cuanto Hombre, es Rey temporal de los judíos,
ya que, por ser hijo legal de San José,
es descendiente y heredero del trono de David.
Creo que es el Cristo, el Ungido,
el Ángel Mediador, el Sumo Profeta,
y el Sumo y Eterno Sacerdote Melquisedec.
Creo en un solo Señor, Dios, Espíritu Santo,
Tercera Persona de la Santísima Trinidad,
creador y renovador de la faz de la tierra,
vivificador y santificador de las almas,
defensor y consolador nuestro,
Divino Amor y suavísima unión con el Padre y el Hijo.
Creo que el Espíritu Santo,
no engendrado, ni creado,
procede eternamente del infinito amor del Padre y del Hijo,
como de un solo principio,
que es consubstancial con Ellos
y conjuntamente es adorado y glorificado.
Creo que el Espíritu Santo
es la misma Gracia Santificante,
el Gran Don Sobrenatural
que habita realmente en las almas de los justos,
regenerándolas por el bautismo,
y las diviniza,
convirtiéndolas en templos vivos de Dios,
hijos y herederos de su gloria.
Creo que es el Alma de la Iglesia,
el Esposo de las almas vivas de los fieles;
y que, segÚn su correspondencia,
las va llenando de sus dones y frutos.
Creo que el Espíritu Santo,
en aquel Día de la Creación,
cubría con su sombra las aguas,
dando vida a todo.
Que habitó en el Arca de No‚,
confundió las lenguas de Babel,
justificó a Abrahán, nuestro padre en la fe,
fortaleció a Isaac, figura de Cristo,
condujo a Jacob, símbolo de la Iglesia,
enseñó a Moisés la observancia de la Ley,
le hizo conductor del Pueblo de Israel,
y habitó en el Arca de la Alianza.
Habló por los Profetas,
ungió a los reyes,
embraveció a los caudillos,
descendió sobre la Virgen María,
se manifestó en el Jordán,
se derramó en la Sangre de la Víctima Inmolada en la Cruz,
vino en llamas de fuego sobre los Apóstoles,
fortaleció a los mártires de Cristo,
sigue hablando por el Magisterio de la Iglesia;
y se prodiga sobre los Apóstoles Palmarianos,
que preparan los caminos del Retorno de Cristo
y de su Reino Mesiánico de paz en la tierra.
Oh Fuego vehementísimo de caridad!
-Oh Dulcísima Paloma!
-Oh Fuente de Sabiduría!
-Oh Brisa de Consolación!
-Oh Luz Beatísima!
-Oh Soplo de Dios!
-Océano infinito de claridad!
-Disipador de las tinieblas!
-Viento impetuoso de salvación!
-Resplandor de la gloria de Dios!
-Oh Don Amorosísimo de las almas!
Creo que la Santísima Virgen María,
real y perfectísima criatura,
es la verdadera Madre de Dios,
concebida, eternamente, en la mente divina
como idónea Compañera.
Creo que su Divina Alma,
por su participación en la Divinísima Alma de Cristo,
con la cual estaba espiritualmente desposada,
fue llena por el Espíritu Santo,
en el mismo instante de su creación,
de todas las virtudes y gracias,
en grados insospechables;
con perfectísima luz para comprender
la altísima misión para lo que fue creada;
gozando de la visión beatífica,
dotada de ciencia infusa,
con plenitud de gracia y de luz,
no sólo para Sí,
sino, también, para derramarla sobre todas las criaturas.
Creo que, María,
Compañera Amorosísima de Dios,
es Madre y Corazón de la Creación,
Dulzura apacible,
Gozo sublime,
Loa inefable,
Presencia extasiada,
Hálito embriagador,
Tacto exquisito,
Mística cadencia,
Gusto deleitoso,
Arrullo del Espíritu Creador sobre las aguas.
Creo que María Santísima
es la Mujer anunciada en el Génesis
para aplastar la cabeza de la infernal serpiente,
y que está prefigurada en el Antiguo Testamento:
Eva, como madre de los vivientes.
Sara, en la fecundidad milagrosa y madre del hijo de la promesa.
Rebeca, como madre del pueblo escogido.
Raquel, en la inmolación de su parto del Cristo Místico.
Débora, como capitana de los ejércitos del Señor y Madre de la Iglesia.
Rut, como modelo de virtud, esclava del Señor y espigadora de las almas.
Judit, como fortaleza y espada de Dios.
Ester, como estrella sublime de salvación.
La Macabea, como madre y aliento de los mártires.
Oh María!
-Descrita por el Espíritu Santo en el Antiguo Testamento,
cantada por los Ángeles,
esperada por los Patriarcas,
anunciada por los Profetas!
Oh Paloma Inmaculada y Purísima!
Esbelta como la palmera!
"Quién es Esta que se levanta como la aurora,
hermosa como la luna,
resplandeciente como el sol,
terrible como un ejército en orden de batalla?
Es el resplandor de la luz eterna,
el espejo sin mancha del actuar de Dios,
la imagen de su bondad.
Oh María! ­Qué hermosa eres!
Como la vara de Aarón,
que floreció sin cultivo ni simiente.
Como la zarza que ardía sin consumirse.
-Oh huerto cerrado! -Oh fuente sellada!
De Ti profetizó el Santo Profeta Isaías:
"La señal os ser dada por el mismo Señor:
sabed que una Virgen concebir y parir un Hijo,
y su nombre ser Emmanuel."
Oh María!
Que mi lengua, unida a los coros angélicos,
exulte tus glorias, diciendo:
-Santa, Santa, Santa eres, oh María!
Madre de Dios y siempre Virgen.
Creo que María Santísima
nació por obra de varón,
de sus presantificados padres, Ana y Joaquín.
Fue concebida sin pecado original
y dotada de perfectísima belleza espiritual y humana.
Creo que María Santísima
fue exenta, también, de toda mancha personal,
y que, en atención a la altísima dignidad de Madre de Dios,
mereció el singular privilegio de Irredenta,
pues la que nunca conoció pecado
no podía ser redimida.
Creo que la Inmaculada Virgen María,
en el mismo instante de su Concepción Purísima,
ya gozaba del uso de razón.
Y plenamente consciente
de los excelsos dones recibidos de Dios
- que sobrepujan a todos los concedidos
a las demás criaturas juntas -,
con profundísima y perfectísima humildad,
vehementísimo deseo y generosísima correspondencia,
se ofrece toda Ella a su Divino Esposo, el Creador,
consagrándole las primicias de su ser:
La exquisita azucena del Voto Perpetuo de su Virginidad.
Creo que la Divina María,
en el seno materno de Santa Ana
- Santuario del Tabernáculo de Dios -
con actos incesantes y heroicos
de Fe, Esperanza y Caridad,
reverenciaba, alababa y adoraba
la Infinita Majestad en la Unidad y Trinidad de Dios,
por Sí y por todas las criaturas.
Con sublime postración y copiosos gemidos,
intercedía y rogaba por la salvación de toda la humanidad;
e instaba con vehemencia al Padre Celestial,
para que adelantara la hora
de la venida del Mesías prometido.
Creo que la Divina Niña María,
en éxtasis altísimo,
absorta y abstraída de todas las operaciones sensitivas,
nació al mundo, bellísima y resplandeciente,
como correspondía a su dignidad de Esposa de Dios,
colmando de esperanza a la humanidad.
Sus piadosos padres
le impusieron el Dulcísimo Nombre de María,
como así Dios lo había decretado y comunicado
por ministerio de los Ángeles;
a cuyo Nombre, y con profunda reverencia,
inclinan todos la cabeza
en el Cielo, en la tierra y en los abismos.
Creo que esta Divina Princesa
fue presentada y entregada al Templo,
por sus padres, a la edad de tres años,
causando la admiración de los sacerdotes
y de todos los demás que estaban al servicio de Dios.
Siendo Ella modelo y ejemplo de la vida religiosa.
Creo que Dios, en su Infinita Sabiduría,
y para que esta excelsa Señora
pudiera obrar en la altísima misión a que estaba consagrada,
en determinados momentos de su vida
la suspendía de la ciencia infusa y otros divinísimos dones,
dejándola en el ser y estado común de todas las virtudes.
Y así, con su heroico ejercicio de las mismas,
ser la admiración de los Ángeles,
y el modelo ideal de los humanos.
Creo que María, la Soberana Princesa,
en un acto de indescriptible y abnegada obediencia
e inmolación de su propia voluntad,
plena de fe y esperanza en su Creador,
acepta con suma caridad el mandato divino:
Desposándose, a la edad de diez y siete años,
con un varón justo, de la Casa de David, llamado José,
escogido con singular providencia de Dios.
Creo que, llegada la plenitud de los tiempos,
determinó el Altísimo manifestarse a los hombres,
para proseguir la Obra Salvífica de la Redención.
Y envió al Arcángel San Gabriel
a la ciudad de Nazaret,
acompañado de innumerables Ángeles,
para anunciar a la Virgen María
el Misterio de la Encarnación,
y pedir su consentimiento,
que, Ella, otorgó pronunciando el Fíat.
Creo que, en este preciso momento,
el Espíritu Santo cubrió a María con su sombra,
formando de la Sangre Purísima de la Virgen
un Cuerpo de Niño perfectísimo;
y, en ese mismo instante,
quedó unido a ese Cuerpo el Verbo Divino y el Alma Divinísima;
y, sin dejar de ser Dios,
se hizo Hombre verdadero.
Creo que, María,
Madre de Dios y Siempre Virgen,
arrobada en altísimo éxtasis,
dio a luz a su Divino Hijo Jesús
en el portal de Belén,
saliendo del Seno materno
como el rayo del sol que traspasa el cristal
sin romperlo ni mancharlo.
Y fue adorado por María y José.
Cumpliéndose así las Escrituras:
El nardo exhaló su aroma.
Y, ante esta Buena Nueva,
sonríen los cielos,
cantan las estrellas,
salmodian los Ángeles,
le adoran pastores y reyes,
danzan de placer los collados.
-Ha venido el Mesías!
-El Esperado de los pueblos!
-Exulta de gozo todo el Universo!
Creo que esta Purísima Madre,
obedeciendo a la Ley,
en un rasgo supremo de humildad,
acudió al Templo, en compañía de San José,
para someterse al rito legal de la Purificación
y Presentación de su Divino Hijo,
recibiendo de labios del santo anciano Simeón
esta dolorosísima profecía:
Una espada de dolor traspasar tu alma.
Creo que la Inmaculada Virgen María,
solicitó y recibió el Santo Sacramento del Bautismo
de manos de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo,
obteniendo el Sacerdocio Común de los fieles
y una mayor plenitud de gracias.
Creo que, María Santísima,
es Medianera Universal en la Dispensación de todas las gracias,
la Omnipotencia Suplicante,
cuya prerrogativa ejerce continuamente,
como bien se prueba en las Bodas de Can
adelantando la hora del primer milagro público
o manifestación de la Gloria de Cristo.
Creo que María es Correparadora,
porque sufrió en su Espíritu
todos los padecimientos que Cristo sufrió en su carne,
ofreciendo al Padre la muerte de su Hijo
y su propia muerte espiritual,
cumpliendo, así, una misión Cosacerdotal con Cristo.
Creo que María es Corredentora de la Humanidad,
porque asoció sus padecimientos
e innumerables amarguras de su vida
a la Pasión Sacrosanta de Nuestro Señor Jesucristo,
no como simple colaboración,
sino como auténtico sufrimiento de Pasión.
Por lo cual, Creo firmísimamente
que la Santísima Virgen María
es Cosacerdote de Cristo Sumo y Eterno Sacerdote;
y que este real y verdadero Sacerdocio de María,
es inferior al Sacerdocio Supremo de Jesucristo,
muy superior al Sacerdocio Ministerial
e inmensamente superior al Sacerdocio Común de los fieles.
Creo que María Cosacerdote
es Esposa de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote
y Esposa Purísima de los Sacerdotes.
Creo que María es Madre de la Iglesia,
por ser la Iglesia el Cuerpo Místico de Cristo.
Creo que María es Madre de la Humanidad,
porque todos los hombres son llamados
a injertarse en el Cuerpo Místico de Cristo.
Creo que María es Tesorera y Dispensadora Universal
de todas las gracias,
porque es Tesoro y Caudal inagotable de gracias,
que reparte con prodigalidad superabundante entre sus hijos.
Creo que María es tierna Madre de los Sacerdotes,
por ser Madre de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Creo que María Santísima
estuvo presente en la Ascensión de su Divino Hijo
y participó de su gloriosa entrada en los Cielos.
Creo que María, Auxiliadora de los Cristianos,
congregó y presidió a los discípulos en el Cenáculo,
que permanecían unidos en oración y recogimiento,
descendiendo visiblemente, sobre ellos, el Espíritu Santo
en forma de lenguas de fuego.
Creo que María es Divina Pastora de las Almas,
porque apacienta maternalmente, en nombre de Cristo,
el rebaño de la Iglesia.
Creo que María es la Divina Doctora de la Iglesia,
por ser la Sede de la Sabiduría.
Creo que la Santísima Virgen María no murió,
sino que, viviendo en Jerusalén,
a la edad de setenta y cuatro años,
le sobrevino una suavísima Dormición
en presencia de los Apóstoles y de las Santas Mujeres.
Creo que su Purísimo Cuerpo,
unido a su Divina Alma,
fue depositado en el sepulcro,
en donde recibió la veneración de los Ángeles,
de los Bienaventurados y de los primeros cristianos.
Creo que, al tercer día,
tras de un dulce despertar,
fue Asunta al Cielo en Cuerpo y Alma,
no por ministerio de los Ángeles,
sino como corresponde a la virtud de un cuerpo glorioso;
siendo acompañada de su Divino Hijo,
que descendió de los Cielos,
y de toda la Corte Celestial.
Asunta es María al Cielo!
-Oh maravilla nunca vista!
"Quién es Esta que sube del desierto
como azucena de los valles,
como vapor de mirra e incienso,
plena de luz y majestad?
Es el encanto de los Ángeles,
la admiración del Cielo,
el consuelo de los hombres,
la alegría del linaje humano,
el gozo y la paz de la tierra,
la salud del mundo,
el abismo insondable de las divinas misericordias.
Asunta es María al Cielo!
Contemplad extasiados
a la Rosa de Jericó,
hermosa más que todas las hermosuras,
bella más que todas las bellezas,
y más perfecta que todas las perfecciones
que admiramos en el Universo.
Oh Escala de Jacob!
-Oh Lirio de Zabulón!
-Oh Vara de Moisés!
-Oh Vellocino de Gedeón!
Asunta es María al Cielo!
-Oh prodigio digno de la Sabiduría Infinita!
-Oh reflejo fidelísimo de la Divina Faz de Jesús!
Creo que la Augusta María
fue coronada por la Santísima Trinidad,
y está sentada a la derecha de su Divino Hijo
como Reina de Cielos y tierra,
desde donde ejerce su poderío e imperio
sobre los Ángeles y Santos
y todas las demás criaturas.
Creo en la Presencia Espiritual, real y verdadera,
de la Virgen Santísima en la Sagrada Eucaristía,
en posición arrodillada,
adorando a Dios y suplicando por toda la humanidad.
Creo que la Santísima Virgen María,
Como Esposa del Espíritu Santo,
habita en las almas de los justos;
y que, esta presencia espiritual y real,
se realiza, primeramente y principalmente, en el Bautismo.
Así dice el Espíritu Santo
en el Libro de la Sabiduría:
"Entonces, el Criador de todas las cosas,
dio sus órdenes y me habló;
y el que a Mí me dio el ser
estableció un tabernáculo o morada.
Y me dijo: Habita en Jacob y sea Israel tu herencia,
y arráigate en mis escogidos".
Creo que María es Salud de la Humanidad
porque de Ella depende la salvación de muchos,
ya que fuera de María no hay salvación posible.
Creo que María es la Divina Enfermera,
porque, como Cosacerdote,
cura las almas de los pecadores.
Oh María!
De Ti se dice en el Apocalipsis:
"Vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén,
descender del Cielo del lado de Dios,
ataviada como una esposa que se engalana para su Esposo".
Creo que la Santísima Virgen María
es la Precursora de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo.
Creo y confieso que esta excelsa criatura,
llamada María,
ha alcanzado todas estas prerrogativas
por ser digna Madre de Dios;
y se encierra la profundidad de todos sus misterios
en esta sabiduría:
María, Hija de Dios Padre,
Madre de Dios Hijo,
Esposa de Dios Espíritu Santo,
Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad
y Mística Ciudad de Dios.
-Oh María, más que TÚ sólo Dios!
Creo que el Glorioso Patriarca San José, Varón Justo,
fue predestinado, desde la eternidad, en la mente divina,
para la altísima dignidad
de Esposo Virginal de María y Padre Virginal de Jesús.
Creo que San José
está prefigurado en el Antiguo Testamento:
Adán: así como Adán es padre carnal del género humano,
            San José es Padre Espiritual.
Noé, como conductor del Arca de Salvación.
Abrahán, como padre en la Fe y modelo de obediencia.
José (hijo de Jacob), como hijo predilecto y modelo de castidad
            y fidelidad.
Aarón, escogido milagrosamente mediante la vara que floreció.
Moisés, porque habló cara a cara con Dios.
David, como rey e intrépido caudillo de Dios.
Creo que el Patriarca San José
fue Presantificado en el seno materno
en el tercer mes de su concepción;
y cuya alma, desde ese mismo instante,
gozó de la habitabilidad del Espíritu Santo;
siendo confirmado en gracia,
exento de concupiscencia carnal;
y, por providencia divina,
no pudo pecar nunca.
Creo que el Patriarca San José
es el lleno de gracia,
y que, después de María,
supera a todos los Ángeles y Santos juntos.
Creo que San José,
desde el mismo instante de su Presantificación,
gozó del uso de razón,
de la ciencia infusa y otros altísimos dones,
se consagró a Dios con voto de Perpetua Virginidad,
y gozó de visión beatífica,
como en otros muchos momentos de su vida.
Creo que el Santísimo José
nació en la ciudad de Bel‚n
de sus santos padres Jacob y Raquel;
y que este varón excelso
gozó siempre de una belleza indescriptible.
Creo que el virginal San José,
a la edad de veintiséis años,
se desposó con la Santísima Virgen María.
Creo que al Santísimo José,
en determinados momentos de su vida,
Dios, en su Infinita Sabiduría,
le suspendía de la ciencia infusa
y otros altísimos dones,
para que ejercitara las virtudes heroicamente.
Creo que, el Santísimo José,
sabiendo que su Esposa, la Virgen María,
había concebido al Hijo del Eterno Padre
por obra del Espíritu Santo,
como era varón justo y humilde,
se consideró indigno de vivir con la Madre de Dios
y de representar al Padre Celestial, legalmente;
por lo que, con indecible dolor,
deliberó dejarla secretamente.
Creo que, el Santísimo José,
exultó de indescriptible gozo
al recibir, por medio del Ángel, el mandato divino
para seguir en compañía de María
y ejercer la paternidad legal sobre el Hijo de Dios
imponiéndole el Nombre de Jesús.
Creo y confieso firmemente
que, el Santísimo José,
en ningún momento dudó de la pureza virginal de María.
Creo que el Santísimo José,
obedeciendo a la Ley,
circuncidó al Hijo de Dios
y le puso el Nombre de Jesús,
cumpliendo así su Paternidad Legal
y una misión Cosacerdotal con María.
Por lo cual, Creo firmemente
que el glorioso Patriarca San José es Cosacerdote de María,
y que este real y verdadero Sacerdocio de José
es inferior al Sacerdocio de María,
superior al Sacerdocio Ministerial
y muy superior al Sacerdocio Común de los fieles.
Creo que el Santísimo José
es Padre y Doctor de la Iglesia.
Creo que San José,
por su altísima dignidad
de Esposo Virginal de María y Padre Virginal de Jesús,
ejerce, como Coadjutor de la Excelsa Madre de Dios,
las Prerrogativas de Correparador, Corredentor,
Comedianero, Cotesorero y Codispensador,
y otros muchos excelsos privilegios.
Creo que el Santísimo José,
poco tiempo antes de comenzar la vida pública de Cristo,
murió de amor en los brazos de Jesús y de María.
Creo que el Augusto San José
está en el Cielo en Cuerpo y Alma,
sentado a la derecha de su Augusta Esposa,
desde donde reina sobre los Ángeles y Santos
y todas las demás criaturas.
Oh Santísimo José!
Vicario de Dios Padre,
Guardián de Dios Hijo,
Confidente de Dios Espíritu Santo,
Custodio del Sagrario de la Santísima Trinidad,
Protector y defensor de la Iglesia.
Creo que la Santísima Ana
es la Madre de la Virgen María,
y que fue Presantificada en el seno materno
en el cuarto mes de su concepción,
habitando el Espíritu Santo en su alma
desde ese mismo instante
y llenándola de altísimas gracias.
Creo que la Santísima Ana
nació en Séforis, lugar próximo a Nazaret.
Que se desposó con el Santísimo Joaquín,
de la Casa de David.
Creo que la Santísima Ana
concibió a la Madre de Dios en la ciudad de Jerusalén
y que la dio a luz en Séforis.
Creo que la Santísima Ana
está en el Cielo en Cuerpo y Alma,
sentada a la derecha de San José,
y por encima de todos los Ángeles y Santos.
Creo que el Santísimo Joaquín
es el Padre de la Virgen María,
y que fue Presantificado en el seno materno
en el quinto mes de su concepción,
habitando el Espíritu Santo en su alma
desde ese mismo instante
y llenándole de altísimas gracias.
Creo que el Santísimo Joaquín
nació en Séforis.
Creo que el Santísimo Joaquín
está en el Cielo en Cuerpo y Alma,
sentado a la derecha de su Esposa,
y por encima de todos los Ángeles y Santos.
Creo que San Juan Bautista
es el Precursor de Nuestro Señor Jesucristo,
y que fue Presantificado en el seno materno
en el sexto mes de su concepción,
en ocasión de la visita de la Virgen María
a su prima Santa Isabel,
gozando, desde ese mismo instante,
de la habitabilidad del Espíritu Santo.
Creo que el Santo Profeta Elías
fue Presantificado en el seno materno
el séptimo mes de su concepción;
gozando, desde ese mismo instante,
de la habitabilidad del Espíritu Santo,
siendo arrebatado, sin morir, en un carro de fuego,
y que volver próximo al Retorno de Cristo.
Creo en los Ángeles,
Espíritus puros,
imágenes sublimes de Dios;
probados en el amor,
confirmados en gracia,
que contemplan sin cesar el Divino Rostro
y cumplen en todo momento la divina voluntad.
Miríadas y miríadas es su número,
nueve coros en tres jerarquías
cantan las alabanzas de Dios.
Encargados de la custodia de los hombres,
los protegen del mal
y los dirigen hacia el Cielo.
Al fin de los tiempos tocar n las trompetas del Juicio
y congregar n a los elegidos de las cuatro partes del mundo.
Sobresalen, entre todos los Ángeles,
los siete Arcángeles que están en la presencia de Dios,
que asisten delante del Señor.
Los cuales están encargados de las misiones principales:
San Miguel, Príncipe de las Milicias Celestiales,
San Gabriel, San Rafael, San Uriel, San Cediel, San Cedequiel
y San Jereniel.
Creo en la Iglesia:
Una, Santa, Católica, Apostólica y Palmariana.
Una en la Fe, una en el gobierno, una en los Sacramentos.
Santa por su Fundador, santa por su Doctrina y sus Sacramentos,
santa en muchos de sus miembros.
Católica, o sea, Universal: pues es para todos los pueblos, para
todos los tiempos y abarca todas las verdades.
Apostólica, por la sucesión de su Jerarquía; apostólica, por el origen
de su Doctrina y su culto; apostólica, por su misión.
Palmariana: Pues la Sede de Pedro estuvo primero en Jerusalén;
pasó brevemente por Antioquía.
Esta Sede Apostólica, por decreto divino, fue trasladada a Roma.
Y debido a la apostasía de Roma, ha sido trasladada,
por mandato divino, al Palmar de Troya, en España.
Y al fin, regresará otra vez a Jerusalén.
Creo que la Iglesia Católica Palmariana
es la Madre y Maestra de las Almas;
la cual es la Única que enseña la Doctrina verdadera e inmutable,
contenida en el Depósito de la Revelación:
Las Sagradas Escrituras,
La Santa Tradición,
Las Definiciones dogmáticas de los Papas
y de los Santos Concilios Ecuménicos.
La cual está facultada para interpretarla.
Creo que la Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo,
fundada sobre una sola Roca
en la persona del Bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles.
Creo y confieso que el Papa,
por voluntad de Cristo,
es la Cabeza Visible de la Iglesia y la Roca Inconmovible,
Vicario de Cristo,
Sucesor de San Pedro,
Padre y Doctor Universal,
Sumo Pontífice y Supremo Pastor,
símbolo y garante de la unidad,
Dulce Cristo en la tierra.
Creo y confieso que el Papa goza de la infalibilidad,
cuando, como Maestro Universal,
define una verdad, en materia de fe y costumbres,
para toda la Iglesia.
Creo y confieso que el Papa,
como Vicario de Cristo, Rey del Universo,
posee el Supremo Poder en lo espiritual y en lo temporal,
por derecho divino,
y plena potestad como Soberano,
siendo Dueño, Administrador y Distribuidor de todas las tierras.
Representándose esta plenitud de poderes en las dos llaves.
El Papa, pues, es llamado:
Abrahán, por el Patriarcado.
Melquisedec, por el Orden Sacerdotal.
Moisés, por la autoridad.
Samuel, por la jurisdicción.
David, por el trono.
Pedro, por el poder.
Cristo, por la unción.
Reconozco al Papa con todos sus derechos y prerrogativas,
y me someto a ‚l con filial respeto y veneración.
Creo que Jesucristo
ha constituido la Iglesia jerárquicamente.
Creo que en la Iglesia
hay siete verdaderos y eficaces Sacramentos
instituidos por Cristo:
Bautismo, Confirmación, Confesión,
Comunión, Extremaunción, Orden Sacerdotal y Matrimonio.
Creo que, de estos Sacramentos,
imprimen carácter en el alma:
El Bautismo, la Confirmación y el Orden Sacerdotal.
Oh Sacramentos de la Iglesia!
Frutos del árbol místico,
Fuentes de vida eterna,
Canales de divina gracia.
-Oh Sabiduría de los Sacramentos!
Cada uno vuelca sobre las almas de los fieles
los frutos de la Pasión de Cristo.
El Bautismo, purifica el alma
de toda mancha de pecado original y personal,
indulta de las penas eternas,
arranca del poder del demonio,
abre el Cielo,
comunica al Espíritu Santo,
nos hace hijos de Dios,
incorpora al Cuerpo Místico de Cristo
y da el derecho a los otros Sacramentos.
La Confirmación, comunica mayor plenitud del Espíritu Santo,
confiere sus siete dones,
fortalece el alma,
nos hace testigos y soldados de Cristo
y capacita para la lucha hasta el martirio.
La Confesión, perdona los pecados,
reconcilia con Dios, limpia el alma
y devuelve o aumenta la vida sobrenatural
a todo aquel que, arrepentido,
confiesa sinceramente sus pecados a un sacerdote.
Oh Santa Comunión!
-Oh Sagrada Eucaristía! -Oh Santísimo Sacramento!
En el que se recibe, substancialmente,
el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo
y, espiritualmente, a María.
Prefigurado por el maná y el Cordero Pascual,
prometido por Cristo en la sinagoga de Cafarnaún
e instituido por Cristo la víspera de su Pasión.
-Oh portento del divino poder!
El pan se convierte en Cuerpo de Cristo
y se multiplica su presencia, a través de los siglos,
en innumerables Hostias Consagradas.
-Oh prodigio de amor!
En el que Cristo, por amor a nosotros,
oculta su Cuerpo glorioso bajo las humildísimas apariencias de la Hostia.
-Oh maravilla de la Sabiduría Divina!
Por Ti, Cristo permanece entre nosotros,
se sacrifica sin cesar sobre nuestros altares,
se nos entrega como alimento para nuestra alma
y nos sirve de viático para nuestro viaje al Cielo.
-Oh Sacramento de piedad!
-Oh signo de unidad!
-Oh vínculo de caridad!
-Seas por siempre bendito, alabado y eternamente adorado!
La Extremaunción, purifica de los pecados,
aumenta la gracia,
alivia y fortalece el alma,
devuelve, a veces, la salud,
y siempre prepara para el Último combate.
El Orden Sacerdotal,
por el cual, a pobres mortales, se les hace sacerdotes eternos,
y se les confiere los poderes divinos de perdonar los pecados
y traer sobre nuestros altares al Hijo de Dios.
El Matrimonio,
legitima y santifica la unión entre hombre y mujer,
confiere las gracias necesarias para vivir santamente esta unión,
florece a la Iglesia con nuevos hijos
y simboliza la unión entre Cristo y su Iglesia.
Creo que, el Santo Sacrificio de la Misa
o Santo Sacrificio del Altar,
es el mismo Sacrificio del Calvario
que se perpetúa de forma incruenta.
Es el Único, perfecto y eterno Sacrificio de la Nueva Alianza,
prefigurado por el Sacrificio de Melquisedec,
el Cordero Pascual y los Sacrificios de la Antigua Ley.
Sus tres partes esenciales son:
El Ofertorio, la Consagración de las dos especies
y la Comunión del Celebrante.
Y cuatro son sus fines:
Adorar a Dios,
darle gracias,
expiar los pecados
e impetrar beneficios para vivos y difuntos.
-Oh Sacrificio Puro, Santo e Inmaculado!
Creo que la Iglesia,
en la persona del Papa,
tiene el poder de conceder Indulgencias
para el perdón de la pena temporal
debida por los pecados ya perdonados,
que se ha de pagar en esta vida o en el Purgatorio.
Creo y confieso que:
fuera de la Iglesia Católica Palmariana, no hay salvación.
Oh Esposa de Cristo!
-Arca de Salvación!
-Barca de Pedro!
-Fuente inagotable de santidad!
Iglesia Visible, Iglesia Indefectible, Iglesia Perseguida e Invencible.
Creo que la Iglesia ha instituido los Sacramentales,
que son múltiples signos sensibles y sagrados:
para honrar a Dios,
santificar las almas,
impetrar dones y gracias
y defendernos de los ataques del demonio.
Creo que las Sagradas Imágenes
de Nuestro Señor Jesucristo,
de la Bienaventurada Siempre Virgen María,
de su Castísimo Esposo San José
y las de todos los Ángeles y Santos,
así como sus Sagradas Reliquias,
deben tenerse, conservarse y tributárseles
el debido honor y veneración.
De acuerdo con las enseñanzas de la Santa Madre Iglesia,
distingo el culto de esta forma:
a Dios, se le debe el de latría;
a la Santísima Virgen María, se le debe el de hiperdulía;
al Santísimo José, se le debe el de protodulía;
y a los demás Ángeles y Santos, se les debe el de dulía.
Creo que la Comunión de los Santos
es la participación de gracias o bienes espirituales
entre los miembros del Cuerpo Místico de Cristo,
constituido:
por la Iglesia Triunfante, la de los Bienaventurados del Cielo;
por la Iglesia Purgante, los que está n en el Purgatorio;
y por la Iglesia Militante, los fieles que peregrinan en la tierra.
Por tanto:
los fieles de la tierra,
pueden y deben ayudarse mutuamente con sus oraciones y sacrificios.
Los fieles de la tierra,
pueden y deben socorrer a las Almas Benditas del Purgatorio
con sus oraciones y sufragios,
para aliviar sus sufrimientos
y acelerar su entrada en la Gloria,
ya que ellas no pueden ayudarse por sí mismas.
Los fieles de la tierra,
veneran e invocan a los Bienaventurados del Cielo,
como amigos de Dios, modelo de vida cristiana y poderosos intercesores.
Los fieles de la tierra,
veneran e invocan a las Animas Benditas del Purgatorio,
muy queridas de Dios,
que, a su vez, interceden ante Dios por los fieles de la tierra.
Los Bienaventurados del Cielo,
atienden las súplicas de los fieles de la Iglesia Militante
y de la Iglesia Purgante.
-Oh admirable Comunión de los Santos,
sublime manifestación de la caridad de Dios!
Reconozco y confieso que Cristo
asiste, también, a su Iglesia, a través de los siglos,
mediante apariciones, milagros y distintos dones carismáticos y proféticos.
Multitud de santuarios, de devociones y de órdenes religiosas
deben a ellas su existencia.
En estos Últimos tiempos, se han multiplicado, singularmente,
las apariciones de la Santísima Virgen María.
Ella, como Precursora de la Segunda Venida de Cristo,
llama con maternal solicitud a la oración y a la penitencia,
y anuncia claramente la proximidad del Retorno de Cristo;
culminando, todo, con las Apariciones, fenómenos místicos
y mensajes celestiales en el Palmar de Troya,
donde María, como Divina Pastora y Doctora,
viene preparando y enseñando a la Iglesia de los Últimos tiempos,
para ir al encuentro de Cristo.
Creo que la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz
es la Última y Única orden religiosa de los Últimos tiempos.
Creo que la primera orden religiosa
fue, también, la de los carmelitas,
fundada, antiguamente, en el Monte Carmelo,
por el grande y santo Profeta Elías,
a la que infundió su Espíritu de oración, penitencia
y devoción a la Virgen venidera, Madre de Dios.
Creo que esta antigua Orden Carmelitana,
iba preparando la primera venida de Cristo,
manteniendo vivas las verdaderas tradiciones del pueblo escogido.
Confieso que esta Orden Carmelitana,
difundida por muchas partes de la Cristiandad,
se había relajado, apartándose de sus primitivas Reglas,
y que, después, por inspiración divina,
fue reformada admirablemente por la Excelsa Santa Teresa de Ávila.
Creo que la más gloriosa rama de esta Reforma
es la de los Carmelitas de la Santa Faz,
que patrocinada por la Santísima Virgen María
y el Glorioso Patriarca San José,
va preparando el Retorno glorioso de Cristo a la tierra.
Creo que la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz
o Crucíferos, son los Apóstoles Marianos de los Últimos tiempos,
elegidos por Dios para salvar a la Iglesia
y restablecer el orden en el mundo.
Creo que está decretado a los hombres
morir una sola vez,
y después de esto, el Juicio.
Creo que la muerte es:
la separación de alma y cuerpo,
fruto del pecado de Ad n,
fin de la peregrinación terrenal,
fin del tiempo de gracia,
fin del mérito o demérito,
comienzo de la vida eterna o de la muerte eterna.
Creo que el Juicio Particular
sucede en el mismo instante de la muerte,
y allí es juzgado cada uno segÚn sus obras,
recibiendo, irremediablemente, la sentencia:
de salvación eterna o de condenación eterna.
Creo que el Cielo
es la eterna y absoluta felicidad,
sin mezcla de mal alguno,
en donde los Bienaventurados ven a Dios cara a cara
en el resplandor de la Santa Faz,
y la sublime belleza de la Divina María,
sumergidos en el océano de la Divinidad,
acompañados de toda la corte celestial;
es la eterna salvación con que Dios premia a los buenos,
con un gozo sin cesar, como dice San Pablo:
Ni ojo vio, ni oído oyó,
ni penetró en la mente humana
lo que Dios ha preparado para los que le aman.
Creo que hay un Purgatorio,
a donde van los que mueren en estado de gracia,
con culpas veniales
o penas temporales debidas por sus pecados ya perdonados,
para purificarse con verdadero fuego material
antes de entrar en el Cielo;
y que con vehementísimo amor de Dios
y plena seguridad de su salvación,
sufren indecibles dolores
proporcionados a sus pecados.
Creo que el Infierno o Muerte Eterna,
es la absoluta infelicidad,
el conjunto de todos los males
sin mezcla de bien alguno,
para los que mueren en pecado mortal;
en donde los demonios y condenados
sufren un doble castigo:
pena de daño: carecer para siempre de la vista de Dios;
pena de sentido: el fuego eterno,
el estanque de azufre,
encendido por la justicia de Dios,
al que son arrojados y atormentados,
con un eterno lamento y crujir de dientes,
en un mar de desesperación,
un blasfemar y odiar sin fin,
el horror de los horrores,
el horno de la justicia vengadora.
De allí subir el humo de sus tormentos
por los siglos de los siglos.
Creo en la existencia de Satanás,
la antigua serpiente o Diablo,
jefe de todos los demonios,
padre de la mentira,
inventor e instigador de todo mal;
que, por permisión divina,
tienta tenazmente a los hombres
para hacerles pecar contra Dios
y arrastrarles al fuego eterno del Infierno.
Creo que, el Limbo,
es el lugar a donde van las almas de los niños
que mueren sin el Bautismo antes del uso de razón.
Creo que el Diablo, Lucifer,
jefe de todos los demonios,
ha sido desencadenado, por permisión divina,
para cribar a la Iglesia,
dando lugar a la primera Apostasía general.
Creo que el tiempo actual
es el anunciado por el evangelista San Juan
en el Libro del Apocalipsis.
Creo que, a esta Apostasía general,
sigue un terrible y espantoso castigo purificador,
como manifestación de la justa Ira de Dios.
Creo que, a continuación de esta gran purificación,
con el nuevo encadenamiento de Satanás,
surge el Sacro Imperio Palmariano-Hispano
o Reinado de los Sagrados Corazones de Jesús y de María,
llevado a cabo por la Orden de los Carmelitas de la Santa Faz
o Crucíferos.
Creo que, al final del Sacro Imperio,
nuevamente el Diablo es desencadenado, por Última vez,
dando lugar a la segunda y Última Apostasía general,
con la manifestación del Hombre de Iniquidad,
el Anticristo Persona,
y la Última persecución de la Iglesia.
Creo que, durante el Reinado del Anticristo,
vendrán Elías y Enoc a predicar la penitencia,
realizándose la conversión del Pueblo Judío.
Creo que, durante el Reinado del Anticristo,
sobrevendrán grandes castigos a la humanidad,
culminando con los tres Últimos días de tinieblas;
y que, al tercer día,
Nuestro Señor Jesucristo retornar a la tierra,
con gran poder y majestad, en la Segunda Venida,
destruyendo al Anticristo con el soplo de su boca
y con el resplandor de su presencia;
precipitando, para siempre, en el estanque de fuego y azufre del Infierno,
al Diablo y a sus secuaces,
para nunca más tentar a las naciones.
Creo que, en el mismo instante del Retorno de Cristo,
tendrá, también, lugar, la Resurrección de los Muertos
y el Juicio Final.
Los Bienaventurados, con sus cuerpos gloriosos, ir n al Cielo;
los condenados, con sus cuerpos, ir n al Infierno.
Creo que, los que sobrevivan,
reconocerán a Cristo como verdadero Hijo de Dios,
serán confirmados en gracia,
y entrarán en el Reino Mesiánico de paz absoluta
en la tierra renovada,
en donde gozar n de los dones preternaturales
que Adán perdió por su pecado;
y podrán adquirir más grados celestiales
según la medida de su amor.
Se multiplicarán hasta cumplirse
el número decretado por Dios,
y sin conocer la muerte
irán, tras de una dulce dormición, al Cielo.
Creo que, al fin del Reino Mesiánico,
el Hijo entregar el Reino al Eterno Padre,
de Quien todo procede y todo ha de volver.
¡Oh Padre de Infinita Majestad!
Eres el Alfa y la Omega,
Fuente de la Divinidad
y Hacedor de todas las cosas.
De Ti procede toda paternidad
en el Cielo y en la tierra.
TÚ eres la misma Luz,
la misma Vida, la misma Santidad.
Nadie te conoce sino el Hijo
y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Nadie sino TÚ conoces la hora del Juicio,
y TÚ repartes los asientos en el Reino de los Cielos.
¡Oh amor del Padre!
¡Tanto has amado al mundo
que le diste a tu Hijo Unigénito!
¡Qué amor has tenido hacia nosotros
queriendo que nos llamemos hijos tuyos
y lo seamos en realidad!
Por eso, agradecidos, cantamos:
A Ti, oh Dios, te adoramos,
a Ti, Señor, te glorificamos,
a Ti, Eterno Padre de Inmensa Majestad,
toda la Creación te venera.
A Ti todos los Ángeles,
a Ti los querubines y los serafines
te aclaman sin cesar:
Santo, Santo, Santo,
Señor Dios de los ejércitos,
llenos está n los Cielos y la tierra
de la majestad de tu gloria.
Al que está sentado en el Trono
y al Cordero,
bendición y honra y gloria y potestad
por los siglos de los siglos.
Amén. Amén. Amén.

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